En el colegio agropecuario de Realicó, cata tanto alguno de los alumnos se servia algún lechoncito de la porqueriza de producción animal, con el objetivo de darse un banquete en el monte.
La tarea no era sencilla porque quedaba lejos, había que ir de noche, sin linterna, ni luna y sortear tanto a serenos como a compañeros que en “joda” y por envidia, porque no eran de los comúnmente invitados, delataban anónimamente a quien tuviera en su poder tal precioso y preciado animal.
En esa tarea andaba una noche el “Grusa” Grumelli, con tanta mala suerte que cuando volvía hacia el pabellón, se cortó la luz, por lo que se hicieron presentes en el lugar el Rector y los serenos.
Cuando vieron que desde el campo se venía acercando una persona con una bolsa al hombro, se quedaron a esperarlo.
Cuando el “Grusa” los vio estaba demasiado cerca para tirarse entre los yuyos con el fin de esconderse y sacando pecho siguió como si fuera lo mas normal del mundo andar a la una de la mañana en el colegio con una bolsa al hombro.
-Buenas noches Grumelli. Dijo el rector
-Ah… hola, que tal respondió el “Grusa”, sin que se le moviera un pelo.
-¿De donde viene?
-De peludear.
-y… que tiene en la bolsa.
-y... ¿que voy a tener? Peludos.
-¿A ver? ¿Me muestra?
El Grusa ni se inmutó, se descolgó la bolsa y la abrió delante del rector, confiando demasiado tal vez en la oscuridad. El Rector se inclinó a mirar, y frunciendo el seño se acomodó los lentes y con los brazos en jarra gritó -¡Grumelli!
A lo que el “Grusa” trajo la boca de la bolsa hacia su cara y con cara de quien ve un fantasma exclamó –Ve, !!!Un Chancho!!!
Rober.