Cosa de Pueblo

Gracias por visitar el blog! Intentamos desde aquí, realizar una modesta recopilación de anécdotas, relatos, historias de nuestros pueblos y sus incomparables personajes, que desde pequeños hasta hoy, seguimos oyendo y nos causan tanta gracia. Si querés participar con tu recuerdo, envia un mail a: materialdepueblo@yahoo.com.ar Nota: Pedimos disculpas si alguien se siente ofendido por los relatos y/o nombres vertidos en este blog, no es nuestra intención. Gracias por su comprensión.

miércoles, julio 04, 2012

Es tremebundo el apetito que tengo

Ante todo, inicio este relato pidiendo disculpas por el remate. También con el título intento, de alguna manera, atenuar el final. Y es que a veces sin las palabras justas, sin la misma frase que el personaje de esta historia utilizó en aquel instante, la anécdota no sería anécdota y estaríamos hablando de otra cosa.
Si bien el cuento es bien cortito, quisiera explayarme un poco en el contexto. Ya que a partir de esto, el relato toma más importancia. Absoluta diría.

Quien conoce un poco de la cultura del taller mecánico de un pueblo, sabe que el horario de las doce -el del medio día- es un horario en el que se merma la productividad que atañe a la tarea específica y se comienza a ordenar todo para así cerrar el taller. En media hora mas o menos ya estará el almuerzo listo y después, claro está, la infaltable y religiosa siesta reparadora.

En este lapso de tiempo, entre los preparativos para el cierre y el almuerzo, se limpia algún charco de aceite con aserrín; se guardan las herramientas; se ordena lo que queda desarmado, inconcluso. Luego, ya culminando, el aseo personal del mecánico; cepilladita con nafta a las manos para quitar la grasa firme y una buena enjabonada para quitar el resto.

Es muy importante aclarar que en ese período los mecánicos no están solos, ya en ese momento se suman acompañando esta rutina, un amigo que sale de su trabajo y pasa a charlar un ratito; otro que pasó mas temprano a buscar algún repuesto viejo y ya se queda varado; también algún vecino que se dedica a la misma actividad y necesita una herramienta; alguien que no tiene nada que hacer y por eso lo va a hacer ahí. Así, cuando te querés acordar, hay mas de diez personas reunidas.

Aquel día, el que trae a colación el relato, no era la excepción. Varias personas se habían juntado a charlar de los mas variados temas. Sumada a este grupo mi mamá, que no era habitual que estuviera en el taller, pero ese día volvía de hacer unas compras en el mercadito de enfrente y se quedó charlando con mi primo, consultándole algo sobre la madre. Era un día con singularidades, ya que tampoco era habitual que una mujer llevara el auto a arreglar. Pero allí estaba también. La mujer, el personaje del relato.

Esta señora tenía un Ford Falcon que para mi claramente sería un caso de estudio paranormal. Ese auto solo funcionaba por obra de algo superior, una fuerza divina, no sé. Echo pelota.
Se lo había vendido -hábil para los negocios- mi viejo "el Kiko". Nosotros no podíamos creer que lo vendiera. Nos reíamos del estado. En más, un tiempito antes, éramos de la idea de directamente tirarlo o regalarlo por si alguien podía rescatar algo. Bueno, no solo consiguió venderlo si no que también, obvio, consiguió una nueva cliente. Lo que hoy se denomina, servicio de post venta.

Ahí estaba, había venido a retirar el Falcon minutos antes del cierre. Charla va, charla viene, la mujer de unos 45 o 50 años, se separa del grupo y caminando hacia afuera, hacia la vereda, casi como queriendo aprovechar ese silencio que suele aparecer entre tema y tema, levanta la vos a un volumen superior y dice: -Bueeeno, me voy a ir a mi casiiiita... ¡Tengo un hambre que se me raja el upite!

Mi vieja, el vecino, mi primo, el perro, el aire, nosotros. Atónitos, todos.



-...Cerrá, cerrá nomás.

Gerar