Dos latas de veinte
Ahí en Rancul, en el pueblo, se comentaba que lo habían internado al Coco.
—No sé, parece que entró con vómitos y diarrea... Flaquito, chupado, estaba —decía un vecino, mientras se frotaba la barba de la pera.
Capaz que sea un virus, che —le respondió una señora, con la mirada media perdida y las manos quietas en la escoba. Quizás pensando en lo que había escuchado en el noticioso acerca de esas enfermedades de los mosquitos.
Todo quedó en comentarios y resultó ser que al final la cosa no fue tan grave como para no contar el cuento. En unos días el Coco se había recuperado. Le costó si, un poco la vuelta a la comida, pero con algo de dieta salió adelante.
Días después ya queriendo hacer vida normal nuevamente, el Coco, aprovechó una invitación y fue a comer el primer asado luego del percance.
—¡Coco! ¿¡Pero que te pasó hermano!? —le preguntó un amigo apenas el Coco entró al lugar.
—Me comí dos latas de veinte de cloclos, así nomás, de una sola tirada... Los hervía y al buche —respondió a la vez que, haciendo círculos con la mano, se sobaba la panza.
Ante esta insólita respuesta, automáticamente se pasó del estadio de preocupación al de las risas y acotaciones de parte de los amigos.
—Ah la mierda che, tremendo atracón Coco. Son como treinta choclos por lata, sacá la cuenta —dijo el parrillero mientras arrimaba unas brasas.
Y ahí seguidito, desde atrás, desde la otra punta de la mesa, se escucha —Menos mal que no le dieron sal y manteca... ¡Te come veinte hectáreas!